La formación artística no debe de ser únicamente la de dominar las herramientas para la posterior ejecución de su obra, pues tal habilidad también pertenece al mundo técnico profesional.

Un, o una artista, en cambio, ha de conocer su propia naturaleza. Y aunque este paso bien puede darse durante el mismo proceso de una creación, en muchos casos, dura toda una vida.

Si se alcanza este grado, es el potencial imaginativo quien despliega su poder. Un poder que debe mantener intacta su esencia primaria y debe de ser reforzado por regulares ejercicios de juego mental abiertos a cualquier momento en el que puede aparecer “la idea”.

Es ahí donde ese concepto debe desarrollarse, crecer, menguar o distorsionarse de todas las maneras y formas posibles. Para ello bien puede servir la proyección mental, el dibujo y/o las maquetas.

Después debe alejarse para reflexionar y, posteriormente, visualizar todo el proceso a desarrollar antes de darle una determinada forma física, a sabiendas del cierto porcentaje incierto inherente a la obra.

Ha de disponerse de tiempo y espacio propios para fundirse con el proyecto en su tiempo y espacio también particular. Esta utilidad será manifiesta en una expresión única.

Esta utilidad, la utilidad artística, ha de manejarse en un presente continuo de óptima inutilidad.

Miguel Herrero, en febrero de un año cualquiera.